Malas Pasiones
Por: Eugenio J. Gómez Parra, 33°
I:. P:. H:. Eugenio J. Gómez Parra, 33° |
Es apenas concebible que espíritus relativamente disciplinados por la vida social apacienten pasiones tan bajas como el rencor y la envidia; que sean incapaces de perdonar, y tan menguados que sientan pesadumbre por el bienestar y la capacidad ajenos. Ambas pasiones, como la no menos obnubilante del odio, son el reconocimiento inconsciente de la inferioridad personal. Al inferior se le conmisera; al desdichado se le compadece; al insignificante se le desprecia, pero al que nos supera, al que exhibe capacidades superiores se le admira y acata, o se le odia y envidia.
Quien es incapaz de perdonar y se tortura con el recuerdo lacerante de la ofensa está ayuno de nobleza…
El odio es quizás, una pasión altiva, aunque estigma de primitivismo pasional. Por odios políticos combaten los partidos; por odios raciales se despedazan los pueblos; por odios emotivos se matan los hombres. En todas esas manifestaciones hay hombría, hay algo de valor y hasta puede existir razón exculpativa. Pero en el rencor no existe sino bajeza, como en la envidia impotencia y cobardía. ¡Menguadas las almas envenenadas de tan sucias pasiones!
Quien es incapaz de perdonar y se tortura con el recuerdo lacerante de la ofensa está ayuno de nobleza en el corazón y de discernimiento en la mente. Vale decir qué es más infeliz que el bruto, y más pasional que la fiera, en quienes no existe ese género de sufrimiento, ni ese impulso volitivo. Porque a sí mismo se desprecia y porque se siente deteriorante las virtudes del alma son en verdad despreciable.
Las guerras son abismos colmados por pueblos que se odian.
Es además, ignorante, porque desconoce el origen de las opiniones y las creencias que como móvil de la conducta distancian y enfrentan a los hombres. La tolerancia, se ha dicho, es la virtud que reconoce en los demás la propia virtud y el derecho de ser como se es. El rencor es signo de intolerancia, como que es intransigente.
¿Por qué odiar al forastero? Al rencor irrefrenado de las razas debe la humanidad sus desgracias. Las guerras son abismos colmados por pueblos que se odian. No obran así los genios. Sócrates al ser interrogado por su nacionalidad, contestó: «Soy del mundo», abrazando el universo cual su ciudad natal y haciendo de todo el género humano su sociedad, su afecto. Pericles, el timonel genial de Grecia en su siglo más luminoso, persiguió como finalidad «borrar el violento antagonismo de las razas y conseguir su reconciliación». ¡Alto ideal que produjo la cultura más bella y armoniosa que contempla la historia!
La lucha que despedaza la humanidad en el presente a pretexto de razas, ¿no es la misma en esencia que la del cavernario contra la fiera que le devoraba? ¿No es en el fondo miseria fisiológica en el famélico, miseria moral en el rencoroso y miseria sentimental en el combatiente?
¿Qué es el nacimiento sino un accidente ajeno a la voluntad del hombre en el tiempo, en el espacio y en las circunstancias?
Sólo cuando se es noble y generoso se puede amar al prójimo.
Por ley de humanización el hombre está vinculado al hombre desde su nacimiento en la sangre, en el hogar, en el idioma, en la zona, en la tradición, factores que forman la patria. Ninguno de ellos fue escogido por el recién nacido; pero si luego, en la adolescencia los adopta, el forastero es nuestro connacional digno de nuestro amor y nuestro apoyo.
Sólo cuando se es noble y generoso se puede amar al prójimo, disimular sus yerros, perdonar sus faltas y apreciar sus méritos. El amor es perdón, y el perdón es bienaventuranza y dulzura.
El soberbio supone que los demás le deben pleitesía y sufre ante la indiferencia de los dignos.
Al perdón se opone la soberbia, que nos hace apreciarnos en más de lo que somos y olvidar nuestras faltas, y nos lleva a subestimar el mérito ajeno. Como el rencor y la envidia obnubila la mente para el juicio certero; desvía la conducta hacia la injusticia y arrastra al insuceso de la lucha vital.
El soberbio supone que los demás le deben pleitesía y sufre ante la indiferencia de los dignos; pretende lo que no le corresponde y sufre cuando le abate el desengaño. Entonces lo invade el rencor, que es otro sufrimiento. Pecado capital se llamó la soberbia, y virtud teologal la humildad, distintivo del mérito.
¿Qué podría decirse de un masón a quien aquejaran las bajas pasiones que hemos bosquejado? Acaso lo menos posible es que equivocó la senda de su vida e infestó con sus lacras morales el medio de virtud, de templanza, de sincera amistad, de hidalga compañía que le brindaron sus hermanos y respiró en los templos donde oficia la nobleza del alma.
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FUENTE: Boletín Nº 13 del Supremo Consejo del Grado 33º para Colombia del R:. E:. A:. A:. Tercera época. Abril de 1944. Bogotá. P. 396.
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FUENTE: Boletín Nº 13 del Supremo Consejo del Grado 33º para Colombia del R:. E:. A:. A:. Tercera época. Abril de 1944. Bogotá. P. 396.
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